jueves, 22 de mayo de 2008

CAPITULO 2 EL PRIMER SALTO.


Comencé a pensar en el primer salto. Me decidí por el año 500 A.C., mi objetivo era ver los primeros asentamientos ilergetas y aunque habría personas seguro que podría obtener unas fantásticas fotos de una Lleida sin edificios.

Antes del viaje debía encontrar un modo de asegurarme de que allí donde me materializaba estaba yo, y sólo yo; por nada del mundo querría probar que se siente al aparecer dentro de una roca o con un árbol atravesándote el cuerpo. Se me ocurrió que una solución posible sería enviar a la máquina sola para obtener imágenes del lugar de llegada, para ello, le monté en el extremo una pequeña webcam conectada directamente a una tarjeta SD que me permitía almacenar diez segundos de video pasados los cuales haría regresar a la máquina. Coser y cantar.

Para determinar cual sería mi equipaje hice lo que a partir de entonces se convertiría en un ritual previo a cada salto, me encaminé a la biblioteca pública y me empapé de la historia de la época que pretendía visitar. No había mucha información. Hace veinticinco siglos en Lleida vivían los primeros ilergetes, tribus íberas compuestas de gente sencilla y apacible que se dedicaba al pastoreo y al cultivo de la tierra. Si lo comparamos con otras partes del mundo no era una gran civilización, véase como ejemplo Roma y Cartago que en aquella época ya existían o Atenas que por aquel entonces ya había inventado un sistema político revolucionario: la democracia.

Como un homenaje al lugar que vió nacer la idea de cómo se podía viajar en el tiempo escogí aquel sitio como lugar de lanzamiento de mi primera aventura, deposité la máquina en el suelo y pulsé el botón de encendido. Inmediatamente la ví desaparecer, entonces esperé impacientemente diez segundos que se me hicieron eternos al cabo de los cuales la máquina reapareció, bastante mojada y con restos de barro.

Tras extraer la tarjeta de memoria me apresuré a insertarla en mi ordenador portátil.

Una espesa niebla se dibujaba en la pantalla, como mucho tenía diez metros de visibilidad y el terreno estaba embarrado; sin duda el río estaba muy cerca ya que podía escuchar por los altavoces del ordenador el rumor del agua muy cercano, y poco más se podía ver.


No quería aparecer en un barrizal y mojarme los pies así que decidí subir algo más arriba. Me situé en frente del mc donald’s al lado de los cines laurent, y repetí la operación. A esta altura la niebla había disminuido lo suficiente como para tener una visibilidad de unos cincuenta metros; la máquina había aparecido en medio de un bosque de chopos que se extendía hasta donde podía ver, desde luego, parecía un lugar seguro para el primer salto. En mi GPS marqué la localización exacta.

Fui a comprar todo lo que creí necesario para el viaje: algo de comida y bebida, un segundo par de botas y ropa de recambio, un mechero anti-viento y un machete de supervivencia. Lo metí todo en una mochila junto a mi cámara de fotos.

Me situé en el punto exacto y pulsé el botón.

El aire era húmedo y frío. Caminé en dirección al río hasta que éste apareció ante mí, me sorprendió mucho lo caudaloso y ancho que era, evidentemente en aquel tiempo no había embalses que retuvieran las aguas y estas bajaban con fuerza formando grandes remolinos y abundante espuma.

Remonté el río unos cientos de metros, el terreno aparecía irregular y era difícil avanzar por aquel entramado de árboles; en la otra orilla, a través de la niebla pude distinguir los últimos metros del río Noguerola que venía a morir al Segre. De repente, quedé paralizado por el miedo…, el grito ahogado de una mujer en una lengua que desconocía desgarró el ambiente. Me giré en dirección al sonido y pude ver a una joven de unos veinte años con una expresión grave de terror dibujada en su cara, parecía estar buscando desesperadamente un lugar donde esconderse, pero esconderse ¿de que?.

La chica me vió y corrió hacia mí mientras gritaba palabras que no entendía. Palpé en el interior de mi mochila buscando desesperadamente el machete, en un instante se había abalanzado sobre mí y me hizo caer de espaldas. Hablaba muy deprisa pero al comprender que no la entendía empezó a tirar de mí. Y entonces pude verlo.

A unos cientos de metros avanzando rápidamente hacia nosotros había tres hombres armados con arcos y no parecían tener muy buenas intenciones, la chica se escondió entre la maleza y yo hice lo mismo.


Continuará…